El fin de semana, cuando no tienes ganas de cocinar y lo único que quieres es relajarte con la familia y los amigos, un tradicional bocata de calamares madrileño puede proporcionarte una gran felicidad, sobre todo si encima lo puedes disfrutar en un ambiente singular y bien decorado como el de Garbel.
Hablemos un poco de historia... En el año 1940 Belarmino García adquirió una antigua bodega en pleno barrio de Chueca para convertirla en una taberna madrileña, con la idea de ofrecer la típica gastronomía local. Tal fue su éxito que los fieles parroquianos hacían cola para comprar sus famosos bocadillos de calamares y de tortilla. Poco a poco amplió su oferta y se consolidó como referente en la zona, hasta que en el año 2000 decidió dejarlo tras años dedicado con amor y mimo a sus clientes. Ahora su nieta, Carmen García Serrano abre de nuevo las puertas de esa taberna que tantas alegrías dio a su abuelo, respetando su nombre y concepto, pero actualizando su estética y oferta a los gustos de los clientes de hoy en día.
La entrada está presidida por un gran mural de graffiti de 5 metros de ancho que invita a entrar a un local amplio con cuatro zonas separadas para disfrutar según la hora y el ánimo del momento. Obra del artista Nicolás Villamizar, este imponente dibujo de trazadas superpuestas y una impactante moto custom captan la atención y dan la bienvenida a un espacio que evoca la sensación de estar en la calle. Hasta los camareros, vestidos con monos de mecánicos, recuerdan el trajín de la vida urbana.
Nada más entrar la zona Fast, el mural, la moto, mesas altas y una gran barra animan al aperitivo o al picoteo más informal. Al fondo, la zona chill out, más relajada, con mesas bajas de nogal, sofás y una iluminación más tenue la prefieren las parejas o grupos para las meriendas o primeras copas. En una tercera zona, más amplia, privada y pensada para las reservas, se aprecia bien la baldosa hidráulica, guiño a la estética original pero con constantes referencias a la arquitectura moderna, como el suelo de gres porcelánico que imita al cemento pulido.
En su estética industrial, diseñado por José María Eiriz (Workspace Consulting) en colaboración con la interiorista Yennifer Velasquez, contrastan las paredes de ladrillo envejecido que aportan calidez y elegancia, con paneles microperforados que permiten los juegos de luces y sombras que predominan en todo el local. Aún hay una cuarta zona, un comedor más íntimo, en el que se cuela entre las mesas un divertido columpio blanco donde relajarse.
Su carta es breve pero bien estructurada. Se trata de una oferta pensada para compartir, comer de manera informal pero sin renunciar al buen producto y en ella no falta una selección de bocadillos elaborados al momento con panes personalizados de 15 centímetros incluyendo por supuesto el clásico de calamares pero servido con pan negro.
Las tardes en Garbel son también momentos para disfrutar frente a jugosas meriendas que van variando, aunque triunfan sus bizcochos como el de de chocolate con nueces. A estas propuestas se suman también una amplia carta de cafés Nespresso con recetas especiales. Propuestas ideales para disfrutarlas con toda la calma en la zona chill out.
El precio medio para comer o cenar es de unos 25 euros por persona y de 4 euros por persona si hablamos de la merienda, incluyendo el café y un trozo de bizcocho. Por si os apetece ir a probar, yo estoy salivando por ese bocata de calamares... El horario es de lunes a jueves de 13h a 00h; viernes y sábados, de 13h a 02h; domingos de 13h a 20h.
Más información | Garbel Madrid
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