Hace un tiempo me quejé de que el lujo en los hoteles ya no es lo que era, aunque pensándolo bien, quería decir que el lujo es exactamente lo que era, que no había evolucionado y se había estancado en un modelo basado en la ostentación. Afortunadamente, hay excepciones, y el Hotel Torralbenc en Menorca luce un lujo bien entendido.
Y es que el lujo ya no es sinónimo de dorado, lámparas de araña y muebles de caoba, ni de habitaciones inmensas en un ático en el centro de la ciudad, el lujo no es tener servicio de habitaciones o de lavandería 24 horas (cosas de esas se exigen para dar las cinco estrellas), sino que ahora lo define el gusto refinado, la tranquilidad, la privacidad y, si acaso, el privilegio de estar en un lugar cuidado hasta el detalle para que uno se sienta temporalmente en el paraíso.
Cuando uno llega al hotel Torralbenc, situado cerca de la Cala en Porter de la isla de Menorca --en una parcela ligeramente al interior pero con vistas al mar-- le da más la sensación de estar llegando a una villa privada que a un hotel de cuatro estrellas.
No en vano se han hecho muchos esfuerzos para conservar el espíritu original de la finca rehabilitada en torno a la que se organiza este pequeño complejo de no más de treinta habitaciones, algunas en el edificio principal y otra en pequeñas construcciones a lo largo de la ladera ligeramente inclinada hacia el mar.
Los materiales de construcción empleados son los tradicionales: muros de piedra seca, cal, madera... solo en momento puntuales se hace alguna concesión, como los suelos de mármol travertino de las habitaciones, pero que al ser una piedra porosa y cálida (en realidad no es un mármol, sino una piedra caliza) no desentona en absoluto con el resto de materiales.
La decoración en las habitaciones y espacios comunes responde a un estilo que podríamos llamar minimalismo rústico. Los materiales son siempre cálidos, tienen textura y predominan los terrosos y grisáceos, sin abusar del blanco pero con predominancia de tonos claros, frente a los que contrasta alguna pieza de mobiliario oscura.
En general, la palabra que le viene uno a la mente para describir todo el hotel es armonía. Y eso que el hotel es una complicada mezcla de modernidad y tradición. Fijaos si no en la silla de acero blanco que hay frente a la mesa bajo la tele. La mesa es oscura y de corte clásico, mientras que la silla es una alegoría al minimalismo, y sin embargo, juntas forman un conjunto armonioso.
En el baño también se nota este lujo bien entendido. No hay ningún material descaradamente noble, ni la bañera es inmensa, tampoco hay un mármol espectacular usado como encimera para los lavabos ni grifería llamativa. Sin embargo, una bañera con una pequeña ventana con vistas al mar es un lujo, y en ese baño no apetece otra cosa que ponerse unas velas y disfrutar de un baño con los jabones de romero que allí estaban dispuestos.
Tampoco hay que dejar de mencionar el magnífico trabajo realizado con la jardinería. En vez de recurrir a grandes y artificiales praderas verdes --siempre difíciles de mantener en un clima seco y agreste-- se ha optado por una vegetación local, con setos, plantas trepadores, hierbas aromáticas, pinos, olivos... que hacían que todo el hotel oliera de maravilla.
Como detalle curioso, una pequeño pasillo de lavandas te acompañan durante tu camino hacia la entrada del hotel, así que cuando te acercas, las mariposas, que adoran esta planta, alzan su vuelo a tu paso. Puede parecer una tontería, pero pequeñas tonterías como estas son lo que yo imagino cuando hablo del lujo bien entendido, un hotel en el que se cuidan los detalles como que desde la terraza donde se desayuna se vea el amanecer, que aunque tengas la cortinas de la habitación descorridas tengas la sensación de que estas solo en el hotel y nadie te puede ver... y así es el hotel Torralbenc en Menorca.
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