Frank Lloyd Wright
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Cuando me acerco por primera vez a una obra de arte, bien un cuadro, una escultura, una novela o un edificio, trato de no leer demasiado sobre ella, sólo lo justo para ponerla en contexto. Así puedo mirarla con mis ojos y no limitarme a lo que otros han decidido que debo ver.
De esta manera voy a tratar de describiros las sensaciones que me produce la Casa Kaufmann, también conocida como Casa de la Cascada o Fallingwater, del arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright.
La vivienda, diseñada y construida entre 1934 y 1939, está situada en Bear Run, en el estado de Pensilvania, al noreste de los Estado Unidos. Es un paraje encantador; un bosque de árboles caducifolios en torno a un arroyo y un pequeño salto de agua, de ahí el nombre. Un espacio que se mantiene prácticamente intacto ya que se accede únicamente de forma peatonal.
La primera vez que vi las imágenes de la casa sentí dos emociones bastante enfrentadas; ligereza y solidez. Luego uno se va dando cuenta que esa dicotomía es la que rige gran parte del diseño.
Los elementos verticales son sólidos y compactos, están anclados al lugar, tanto por su forma como por los materiales empleados, que son piedras de la zona. Son un vínculo con la naturaleza, es como si la casa emergiera de las rocas que le sirven de apoyo.
Por otro lado, los elementos horizontales son ligeros y vuelan sobre la cascada en un alarde estructural e incluso geométrico. Es la mano del hombre, la tecnología, una manera rotunda de marcar su presencia, pero al igual que ocurre con la Casa Farnsworth, dispuesta de una forma tan delicada y armoniosa que parece que siempre ha estado ahí.
Los voladizos son realmente sorprendentes, da la sensación de que en cualquier momento van a desplomarse sobre la cascada. Existen multitud de anécdotas sobre su construcción; cuentan los rumores que el propietario no se fiaba de los cálculos e introdujo a hurtadillas acero de más, algo que no le hizo mucha gracia al arquitecto, pero que a la postre fue crucial para la estabilidad de la estructura.
En el interior de la casa también queda reflejada la importancia que Wright le daba a la relación con el entorno. Las paredes no están revestidas, sino que muestran toda la fuerza de la mampostería, e incluso parte de las rocas del suelo emergen en torno a la chimenea.
A medida que nos alejamos del núcleo de piedra, la intervención humana se hace más patente en las formas geométricas puras y el uso de materiales modernos, para finalmente acabar de nuevo en la naturaleza gracias a los balcones y magníficos ventanales que nos hacen sentir parte del bosque.
Es aquí donde hace acto de presencia la fluidez espacial que, junto a la relación con el entorno, es una constante en el trabajo del arquitecto norteamericano, esa capacidad de transportarnos del interior de la vivienda al exterior con gestos tan delicados como un plano o una esquina que desaparece.
No voy a entrar en los detalles de la distribución, pero sí que quiero mencionar algo que para mí tiene bastante importancia; el recorrido. Si os fijáis, a pesar de que uno llega a la casa viendo la fachada principal, el acceso se produce por la fachada posterior, a través de las aperturas de esa densa trama de muros de piedra, luego el espacio se amplia y muestra las magníficas vistas, devolviéndonos al punto de partida; el bosque.
Por último, mencionar que Wright diseñó los muebles específicamente para el lugar que iban a ocupar en la vivienda y aunque es cierto que no conservan ese aura de “modernidad” que sí tienen, por ejemplo, los muebles de Le Corbusier, hay que reconocer que no sólo están muy bien integrados sino que realzan las intenciones espaciales del arquitecto.
Imágenes vía | Wikimedia Commons Más información | Fallingwater Foundation En Decoesfera | Casas con nombre: The Farnsworth House
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