En la Península Ibérica hay tres especies de víboras, la víbora hocicuda, la de Seoane y la áspid. Sabemos que escalan, que pueden saltar de árbol a árbol, que nadan bajo el agua y que han desarrollado técnicas para esconderse de los seres humanos.
Porque realmente, pese a la fama de estas serpientes venenosas, lo cierto es que suelen huir de nuestra presencia, o al menos, intentan pasar desapercibidas. Y que las picaduras y ataques de víboras suelen producirse para defenderse, cuando se ve arrinconadas, si queremos cogerla, o si metemos la mano bajo unas piedras o en unas hierbas o tenemos la mala suerte de encontrarnos con uno de estos reptiles.
Algunos ataques se producen cuando queremos sacarles una foto, o si la amenazamos con un palo para ahuyentarla. En estos casos, la víbora interpreta que corre peligro, y muerde para defenderse.
Aún así, asusta pensar que puede haber víboras que se cuelen en nuestra casa o jardín. Algo que puede suceder si este reptil está buscando alimento o refugio, y que puede ser peligroso especialmente si en casa tenemos niños o mascotas. Por suerte, antes de verlas, podemos descubrir algunas señales que nos pueden alertar de su presencia.
Para empezar, sobre todo si en el jardín hay zonas con tierra o arena, veremos las marcas que dejan al moverse. Las víboras se mueven contrayendo su cuerpo mientras se arrastran, por lo que veremos huellas con forma de 'S" repetidas con cierta frecuencia. Además, también encontraremos los excrementos que van dejando a su paso.
El excremento de la víbora es alargado, y podría parecerse al de los pájaros, ya que contienen un líquido de color blanco amarillento. Además, también hay que estar atentos a la posible presencia de los restos de la muda de la piel de la serpiente.
Fotografía | Arvid Høidahl en Unsplash
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