Si cambias las sábanas una vez a la semana lo estás haciendo mal: esta es la frecuencia adecuada

Durante las semanas de mayor intensidad de calor, lo correcto no es hacer un cambio semanal, pues el sudor, la humedad y las bacterias pueden comprometer tu descanso

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Joana Costa

Editor

Con el fin de agosto a la vuelta de la esquina y las temperaturas aún batiendo récords, mantener unas sábanas frescas no debería dejarse al azar. Lo que tradicionalmente se manejaba como un cambio semanal ya no basta.

Esto es así porque el sudor, la humedad ambiental y las noches cálidas demandan una mayor frecuencia para garantizar higiene y frescor constante, de manera que un cambio cada siete días es algo comprometido.

Un caldo de cultivo

En climas cálidos y húmedos —más comunes en la canícula del verano— lo más recomendable es renovar la ropa de cama cada 3 o 4 días para evitar que sudor, células muertas y humedad se conviertan en caldo de cultivo.

Esta sopa de ingredientes es perfecta para gérmenes y malos olores, a los que ponemos en bandeja proliferar en nuestras camas. Por ello, esta pauta supera con creces la norma semanal, insuficiente cuando el calor aprieta.

Mascotas y polvo

Tener mascotas en la cama puede ser entrañable, pero también implica que el polvo, el pelo y hasta restos de suciedad del exterior terminen entre las sábanas. Lo mismo ocurre si se comparte colchón con alguien que transpira mucho durante la noche.

En este caso la humedad se acumula en el tejido y se acumulan malos olores. Estos factores hacen que el lavado más frecuente que el semanal no sea una opción, sino casi una obligación.

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Las personas que sufren alergias respiratorias o cutáneas también deberían extremar precauciones. En su caso, una funda protectora y el cambio frecuente de ropa de cama ayudan a reducir la exposición a ácaros, polvo y partículas que empeoran los síntomas. La higiene en textiles se convierte así en una estrategia de salud más que en una simple cuestión de limpieza.

Por otro lado, quienes viven en climas fríos y secos, donde la sudoración es menor y las ventanas permanecen cerradas la mayor parte del tiempo, pueden permitirse estirar un poco más el tiempo entre lavados. Lo importante no es seguir una regla rígida, sino ajustar la frecuencia a lo que el cuerpo y el ambiente demandan, evitando tanto el descuido como la obsesión.

Foto | Ron Lach y Polina Tankilevitch

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