Para acabar el especial hoteles bonitos, os traigo uno que es un poco diferente. De entrada, ni siquiera es propiamente un hotel, sino un château, un pequeño palacete, antigua residencia señorial. Además, no es bonito siguiendo los cánones habituales de belleza, sino que simplemente es encantadoramente acogedor y agradable.
Situado en el pueblo de Fondettes, el Château des Tourelles luce espléndido como muchas de las mansiones que podemos encontrar a lo largo y ancho de la región centro del valle del Loira. Se alza en lo alto de una leve y verde colina rodeada de árboles con su estilo de inspiración renacentista, la hiedra trepando por sus paredes, las buhardillas saliendo de la cubierta azulada... en fin, cuesta imaginarse un paraje más idílico.
Cuando llegas a la recepción --es un decir, porque no hay, solo sale la señora de la casa a recibirte-- sorprende la amplia variedad de habitaciones a elegir. Hay dormitorios normales, obviamente, pero también se puede escoger pasar la noche en una pequeña ermita restaurada o incluso en el bosque.
La ermita donde pudo dormir mi compañera Victoria de Diario del Viajero, está situada el fondo del jardín trasero del palacete. Un jardín precioso donde flores y plantas de todo tipo se pelean entre ellas para ser las más bellas mientras paseas por los caminos de grava.
Se trata de una construcción muy pequeña, de planta cuadrada con apenas cinco metros de lado aunque relativamente alta. Sigue el estilo del edificio principal y ya desde fuera se percibe que anteriormente era un lugar religioso, pues la estatua de un santo guarda la entrada.
Una vez dentro, la virgen y el niño velan por nuestro sueño mientras una vidriera --como no-- inunda con su luz y su color la estancia. A pesar de que dormir rodeado de tanto símbolo religioso puede echar para atrás a cualquiera, el lugar resulta acogedor. La decoración desenfadada, con texturas cálidas y colores claros, ayuda a sentirse a gusto en un espacio que otrora resultaría frío.
Aunque en la imagen se aprecia con dificultad, una muy cariñosa alfombra te recibe al abrir la puerta de madera original. El aparador también en madera y el resto de pequeños detalles convierten la estancia en un espacio más que agradable.
La única pega de esta habitación es que no dispone de baño propio, y hay que cruzar el jardín para llegar a uno en la casa, aunque la mujer no parecía darle mucha importancia. Supongo que ese aire desenfadado es parte del encanto del lugar. Ah, tampoco le llega la señal WiFi, así seguro que desconectas y te relajas.
Además de las habitaciones, el hotel tenía algunas salas comunes donde pasar el rato. La de la foto es la sala de esparcimiento general, con muchos sofás donde relajarse o ver una película en el proyector, mesas para leer o jugar a las cartas... todo con un estilo extraño y, de nuevo, desenfadado.
No parecía haber ninguna ley que gobernara la elección de los muebles, ni en su forma, ni en su color ni en su textura, ni siquiera en la manera de disponerlos. Todo resultaba anárquico y destilaba entropía por doquier, pero a uno le apetecía quedarse allí un rato apoltronado en el sofá o el sillón, ojeando un libro o simplemente escuchando pasar el tiempo.
Como podéis ver en las imágenes de la galería, el resto del Château des Tourelles sigue un estilo --por llamarlo de alguna manera-- muy parecido. Las sillas de las mesas no casan unas con otras, ni siquiera la vajilla y la cubertería del desayuno es la misma para todos los comensales, pero afirmaría sin riesgo a equivocarme que es un hotel bonito. Ahora, no lo intentéis en casa.
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