Hay cocinas que, aun siendo correctas, parecen quedarse a medias. Espacios aparentemente listos para funcionar… pero que no tienen alma. Eso le ocurría a la cocina de Juliana, situada en una casa en un apartamento en el barrio de Nob Hill en San Francisco.
Esta cocina estaba totalmente diseñada en blanco, y pasaba totalmente desapercibida incluso cuando se intentaba buscarle un punto de interés. Sus armarios estaban en buen estado, las encimeras eran prácticas y la distribución no presentaba grandes problemas, pero el conjunto transmitía una frialdad difícil de ignorar. Era la típica cocina que agradece un cambio de rumbo, aunque no desde la obra completa ni desde la renovación radical.
Cómo transformar una cocina sin obras y con poco presupuesto
La reforma, sorprendentemente modesta en presupuesto (unos 500 dólares, alrededor de 430 euros), se planteó con una idea muy clara: conservar todo lo que todavía funcionaba y dedicar el dinero a dotar al espacio de personalidad. De esta manera, el blanco absoluto dio paso a una paleta más rica, articulada en torno a dos tonos que llenan de intención cualquier estancia.
Las paredes adoptaron un rosa empolvado suave, muy calmado, mientras que molduras, marcos y algunos detalles se resolvieron en un burdeos oscuro que funciona como contrapunto. La cocina dejó de ser un fondo neutro para convertirse en un lugar con presencia, de esos que no solo se utilizan, sino que se disfrutan.
Uno de los retos principales era convivir con la lavadora y la secadora, situadas en mitad del espacio. En lugar de intentar esconderlas o cambiarlas de sitio, se optó por una solución mucho más inteligente: integrar ambos electrodomésticos en una pequeña península que añadió superficie de trabajo y, además, permitió organizar mejor el conjunto.
Los laterales se revistieron reaprovechando losetas de una reforma anterior, en un tono rosado que dialoga con el color de las paredes, logrando que la estructura pareciera pensada desde el inicio. Esa incorporación no solo dio funcionalidad, sino que distribuyó visualmente la cocina, añadiendo un elemento con sentido propio.
Para actualizar las encimeras sin sustituirlas, se eligió un vinilo que imita la textura de la madera, una opción económica, rápida de aplicar y que aporta un matiz cálido que el blanco anterior no tenía. Los armarios, en buen estado, se conservaron; bastó cambiar los tiradores por unos de latón cepillado para que la cocina respirase una mezcla de clasicismo suave y estética actual.
Sobre la zona de trabajo se colocaron baldas abiertas que se tiñeron ligeramente, destacando su veta y aportando textura visual. Esa combinación de materiales sencillos, muy accesibles y bien escogidos es lo que permite que el resultado final no parezca una reforma low cost, sino una actualización perfectamente pensada.
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