La mejor época para visitar un vivero es, sin duda, la primavera. Es en esta estación cuando estos recintos viven una explosión de alegría sin límites. El verde es más verde que nunca y los colores se suceden unos a otros, mostrando sus matices más vivos. Cada día llegan nuevas provisiones, plantas de temporada que no tardan en desaparecer a manos de clientes ávidos de naturaleza.
Pasar una soleada mañana de mayo paseando por un gran vivero es un placer que relaja los sentidos. Dedicar tiempo a admirar las distintas especies, imaginar composiciones, conocer las condiciones adecuadas para cada planta, y por supuesto, pedir consejo a los expertos, nos enriquecerá y añadirá un poco más de sabiduría a la hora de escoger y cuidar nuestras plantas.
Aunque tengo un vivero de cabecera, al que acudo a menudo, al inicio de cada temporada procuro visitar varios de los que tengo en mi zona de influencia. En cada uno de ellos se encuentran diferentes tamaños y variedades de plantas, en ocasiones, algunas muy poco vistas. Las que en uno resultan estar un poco secas, en el otro lucen resplandecientes.
Ya en la entrada toca rebuscar en el bolsillo hasta dar con la moneda mágica que libere un carro, que iremos llenando poco a poco.
Pasamos directamente a la zona de exterior, en la que hay una paz difícil de describir. Las plantas están perfectamente clasificadas por especies: trepadoras en un extremo, coníferas y arbustos al fondo, plantas de flor y anuales al abrigo del sol directo, junto a la entrada; y también por tamaños, encontrando grandes árboles de bellas hojas verdes, amarillas o rojas.
Lo primero es encontrar unos buenos ejemplares de aromáticas, que plantaremos en la terraza junto a la cocina, para poder utilizarlas bien frescas.
El romero no puede faltar, es imprescindible para aromatizar guisos y aliños. Escogemos dos ejemplares de tamaño medio. El olor del tomillo, me lleva hasta una gran bandeja llena de pequeñas plantas, tomo una y comienzo a buscar albahaca, indispensable para hacer un buen pesto y ahuyentar las moscas.
Al fondo veo una rareza que llama mi atención, es la menta chocolate, con hojas algo más oscuras que la normal y un aroma que a mí me parece más profundo. Tras coger dos macetas de perejil y cilantro doy por finalizada la primera fase y me dirijo hacia la zona de anuales.
Después de años de observar el comportamiento de las plantas en mi terraza, he llegado a la conclusión de que las más apropiadas son las alegrías. Aguantan todo el verano con fuerza y no necesitan grandes cuidados. Las plagas las ignoran y regalan flores casi hasta el otoño. Llevo tres pequeñas impatiens en colores rosas y violeta, que ocuparán tres hermosos huecos en la jardinera que hay junto a la ventana de mi dormitorio.
Busco una planta un poco más grande y descubro unas hermosas alegrías de guinea, de flores en intensos colores que contrastan con las oscuras hojas en forma de lanza. Elijo un ejemplar con buenos brotes y lo añado a mi compra encantada.
Los pequeños rosales que durante varios años han florecido en dos copas de hierro, han llegado maltrechos y secos tras el invierno, así que escojo dos bonitos ejemplares tupidos de hojas y con muchos capullos a punto de abrirse.
De camino a la zona de los geranios, veo una gran maceta con una lavanda de gran tamaño que no puede estar más lozana, con la base perfectamente verde y fresca. Sin dudarlo la pongo sobre el carro, es justo lo que necesitaba para sustituir la anterior, muerta en combate. Lucirá en una maceta que reposa sobre la barandilla, eso sí, convenientemente anclada para evitar accidentes.
Entre los geranios me decanto por las gitanillas, de hojas brillantes y flores que crecen formando un tapiz de flores colgantes. Tres ejemplares para tres macetas vacías.
Con la lista de la compra tachada por completo, solo queda comprar un buen fertilizante, una tarrina de abono orgánico, para mí el mejor, de muy mal olor pero muy buen resultado. Un poco de hierro para devolver el buen color a las hiedras e intentar resucitar mi aletargado laurel, y el imprescindible compuesto antipulgones, que también resulta infalible contra el taladro del geranio.
Un saco grande de sustrato universal será suficiente de momento, prefiero comprarlo poco a poco, pues no conviene acumularlo de estación en estación.
El carro está lleno y da pena marcharse de aquí, la gente está realmente relajada paseando entre plantas, el ambiente es fresco y lleno de belleza y energía, y por si fuera poco, en algunas zonas huele estupendamente...
A pesar de todo vuelvo a casa, donde varias macetas vacías esperan mi vuelta ansiosas, deseosas de volver a ser, otro año más, las reinas de la fiesta.
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