Memorias de un bajo con jardín

Memorias de un bajo con jardín
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Como diría Risto Mejide, soy un producto. Un producto de la especulación inmobiliaria, enfocado a colocar un espacio difícil de vender, a los más caprichosos de la clase media con posibles. Hace ya unos años que las constructoras se dieron cuenta de que era mucho más atractivo ofrecer un piso con jardín que un bajo con barrotes o un local comercial, que de estos todavía hay en el barrio muchos que ni siquiera han tirado los primeros ladrillos de la fachada.

Pero no me quiero poner solemne, que al fin y al cabo, estoy hecho para el disfrute y el solaz, ya sabéis: los niños jugando a la pelota, las barbacoas y esas cosas que nos hacen tan felices. Aunque ahora que estamos cogiendo confianza, os voy a contar un poco mi vida, que no es tan alegre como puede parecer desde fuera. Cuando era un bebé, apenas una escombrera, mi señora me escogió con mucha ilusión entre frases como: plantaré un olivo, cultivaré mis propios tomates, o tomaré el primer sol de la mañana. Todos los meses venía a ver la evolución de la obra, y era a mí al primero que miraba: 100 metros cuadrados de jardín para servirle.

Yo me las prometía muy felices, pero un buen día, cuando mi señora ya llevaba una semana viviendo en la casa, entraron unos señores con un lápiz en la oreja y se pusieron a rascarme las esquinas, tomar medidas y hablar sobre mi futuro. Yo pensé que me iban a cuajar de rosales, pero a las dos semanas me cubrieron de arena, losas y cemento, y de un plumazo me rebajaron el rango y me convirtieron en un patio. ¡Habrase visto! ¡como si fuera lo mismo!

Memorias de un bajo con jardín

Tuvieron el detalle de dejar unos huequecitos donde plantar el dichoso olivo y una hiedra para cubrir la valla, pero yo no volví a ser el mismo sin mi césped campestre. El primer año hubo mucha alegría durante el verano, incluso trajeron, para que me acompañara, una mesa de ping pong que finalmente corrió un destino atroz.

La señora tomó el sol de la mañana dos días, hasta que descubrió varios ojos clavados en su ombligo de par de mañana. Poco después colocó un toldo bajo el que tomaba el sol de costadillo y con mucha precaución. Nunca consiguió broncearse. Mi señora creía que al cepillarse el césped, mantenerme iba a ser mucho más fácil, pero no contaba con la costumbre ancestral de sacudir las alfombras por la ventana. Y las sábanas, y las toallas, incluso cubos de fregona, así que la limpieza pasó a ser un capítulo imposible y empezaron a mirarme con otros ojos.

Memorias de un bajo con jardín

Pero todavía quedaba esperanza: las barbacoas de verano. Bajo el púdico toldo, la familia empezó a organizar reuniones presididas por el colesterol, fundamentalmente con un objetivo: dar envidia a los vecinos sacudidores. Pero pronto se dieron cuenta de que no hay reunión familiar que se precie en la que no se despelleje al vecino, y estos estaban en sus ventanas con las orejas bien abiertas, así que desarrollaron un lenguaje de señas efectivo pero incómodo, tras probar en varias ocasiones con el morse, mucho más divertido pero agotador.

De todos modos, algo de encanto sigo manteniendo, pues los vecinos, a pesar de sus costumbres, siguen interesándose por mí. Les resulto muy atractivo cuando tienen que hacer mudanza, y me pasan sus enseres por encima con una grúa. Son tan de confianza que no se toman la molestia de pedir permiso ni avisar, que para eso me como sus pelusas. Eso une mucho. También han querido ponerme un par de andamios para hacer cositas en la fachada, pero mi señora ha puesto excusas peregrinas como: es que el perro va a ladrar, o no somos muy de andamios.

El caso es que no he conseguido colmar las ilusiones de la señora, que apenas me pisa desde que el olivo murió encharcado tras un deshielo. Pero tengo dos amigos incondicionales que me llenan de alegría: el perro y el gato, que no se andan con tiquismiquis y se mueren por que les abran la puerta para dar rienda suelta a su naturaleza. Soy un mar de polvo, pelos y pelusas, algún pis clandestino y los paquetes de tabaco vacíos que les sobran a los viandantes, pero como le pasaba a la protagonista de aquella canción de Cecilia, yo soy feliz, así de cualquier modo.

Imágenes vía | Daquellamanera en Flickr, Criterion en Flickr, Mrkalolo en Flickr
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