Por mis manos han pasado muchos teclados, desde aquel teclado anodino en un color blanco ordenador —sí, ese plástico blanco que ya parecía viejo nada más comprarlo— hasta mi última adquisición de finas teclas y diseño cuidado, que espero que me dure bastante tiempo.
El caso es que, como no me me gusta nada tirar cosas, porque siempre les imagino una utilidad futura, tengo acumulados varios teclados en una caja con el resto de antiguallas informáticas, esperando volver a la vida algún día.
Algunos tiene suerte y a veces los necesito, pero el resto van a formar parte de mi próximo proyecto de bricolaje —o más bien, manualidades— convertir un teclado en un bote para los lápices; bueno y para bolígrafos y rotuladores, claro. El proceso parece sencillo, primero se monta una estructura con cinco disquetes, o con piezas de cartón duro o corcho, y luego se le van pegando las teclas como más rabia nos de, incluso formando palabras.
Si quedara poco para San Valentín sería una buena idea escribir “love” y pintar esas letras en rojo, aunque seguro que a vosotros se os ocurren mejores y más originales.
Vía | No puedo creer
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