Mi niñez fue un constante ir y venir de películas de indios y vaqueros. Al parecer todo el mundo tenía asumido que los malos eran los indios y los buenos los vaqueros, pero a mí me molaban los indios con diferencia. Los vaqueros eran unos sosainas rubios como la cerveza, vestidos comme il faut con sus chalequitos y sus sombreros sin salirse demasiado del tiesto. Si acaso se cogían una trompa en el saloon y acababan disparando a una lata para parecer malotes. Pero los indios eran otra cosa, fumaban la pipa de la paz en corro, vivían en tiendas, llevaban unas trenzas que ni Estíbaliz en Eurovisión, y montaban a caballo sin silla.
Si me hubieran dado a escoger, hubiera elegido sin duda ser india, y si fuera gato, me encantaría pasar mis ratos de sueño y pereza dentro de esta tienda india de cartón que os presento. El refugio es una chulada, y se aleja en diseño a las típicas casitas para gatos, que suelen ser de lo más gazmoñas. Se monta con pocos gestos y se puede personalizar con el nombre del gato afortunado, pudiendo disponer de un hueco de entrada más o menos grande según sea el perímetro de la bestia gatuna.
No hay más que ver el carácter que derrocha el gato que vemos en la imagen, ¿no os da que le pega mucho llamarse Toro Sentado?
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