No me cabe la menor duda de que la mayoría de nosotros pasa más tiempo en la cocina de su casa, que en cualquier otra estancia. Incluso tengo una amiga, que rediseñó los planos de su casa de nueva construcción para quitarle unos metros al dormitorio principal en favor de la cocina reciclada, como le gusta llamarla por la cantidad de muebles reciclados que utilizó en su diseño.
Y es que quién no ha soñado alguna vez con esas enormes cocinas de antaño, donde lo mismo se discutía de economía familiar mientras se probaba una salsa, que se contaban cotilleos cuchicheando entre batir de huevos y olores como el del café o un bizcocho horneándose.
Pues esa cocina es la que he encontrado para el post de hoy. Con una mesa robusta con el encanto de lo añejo, unas sillas cómodas con graciosas galletas de rayas, grandes encimeras y todos los aparatos para que hacer una mayonesa o picar la carne de un relleno sea coser y cantar, aunque las malas lenguas dicen que en las cocinas con más aparatos son donde se comen más bocatas.
Una cocina vivida y para vivir. No es una cocina de diseño, es una cocina con sabor a reciclado. La lámpara del techo, la mesa y las sillas, cada cacharro e incluso los estantes con sus ganchos para colgar las tazas, gritan su origen de mercadillo o trastero de los abuelos.
Las neveras estilo años 50 combinan perfectamente con la placa y el horno totalmente nuevos y esa campana de acero oscuro seguida de las lámparas negras dan el toque negativo a una estancia blanca.
Me encantan los tiradores de los muebles y la bonita alacena del fondo. Una cocina donde tirarse a pintar en el suelo, mientras se hace la cena, las grandes tablas de madera, los gigantescos armarios para las vajillas y las cazuelas espero que os resulten tan atractivos como me han parecido a mi.
Una cocina para ser feliz, porque no nos engañemos, la vida del hombre siempre gira alrededor de su estómago.
Imágenes | Mía Anderberg
En Decoesfera | Ártica, la cocina en 3D de Delta Cocinas y Estudiosat
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