Cuando llega la Navidad, cine y televisión se llenan de relatos que transcuren en estas fiestas. Cada uno tenemos nuestra película de Navidad preferida, y la mía es Love Actually. Año tras año reservo un par de horas de soledad para ver esta deliciosa película bien tapadita con una manta y con una buena provisión de pañuelos de papel, por que al menos a mí me colma de emociones.
Diez historias de amor se entrecruzan: unas terminan bien y otras no, alguna tiene un trasfondo triste y otras nos hacen reír, todas ellas están contadas desde la máxima de que el amor está en todas partes.
Las distintas historias transcurren en decorados de lo más variados, pero todos tiene un denominador común: son espacios vividos. Como la cocina del apartamento de Daniel, encarnado por Liam Neeson. Recién enviudado y a cargo de Sam, hijo de su mujer, su mayor preocupación es el estado anímico de este, al que ve muy decaído. Sobre eso habla en la cocina con Karen, interpretada por la siempre estupenda Emma Thompson.
En el centro de la acción, una enorme isla acoge la actividad reciente, restos de una comida comparten espacio con un juego de cuchillos embutidos en una tacoma, y una enorme tostadora metálica de cuatro ranuras llama la atención en primer plano. Detrás vemos un fogón semi-profesional acabado en acero, un clásico de la gran pantalla, tras el cual se moldea una práctica repisa en la que se almacenan a mano condimentos y aperos.
Tras un muro de obra se esconde el enorme frigorífico americano, también con acabado metálico, material que también se repite en la encimera. El toque acogedor lo ponen los cuadros expuestos junto al refrigerador y la alacena empotrada en la pared, en la que se guardan libros, botes y cazuelas, todo de una manera aparentemente descuidada que le da un toque vivido.
Dentro de pocos días volveré a pasar un buen rato con esta romántica película. Os la recomiendo, espero que os guste.
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