Hay casas que no pertenecen solo a quienes las compraron, sino también a quienes las vivieron a través de una pantalla. La de Solo en casa es una de ellas. Durante décadas, la mansión de los McCallister en Winnetka (Illinois) ha sido un personaje más.
Son icónicas sus paredes empapeladas, alfombras mullidas, lámparas que parecían haber sobrevivido a varias generaciones y ese aura de caos navideño que Chris Columbus convirtió en seña de identidad. Ese escenario cálido, saturado y profundamente noventero daba sentido a la historia de Kevin.
En shock real
Por eso el shock es real: su versión actual, en 2025, no recuerda en nada a la casa que quedó grabada en el imaginario colectivo. Quien espere el rojo, el verde y los estampados que casi gritaban “es Navidad” se llevará una decepción. La reforma la ha transformado en un hogar minimalista, blanco, luminoso y extremadamente controlado, como si hubiese pasado por un filtro que borró cualquier rastro de personalidad cinematográfica.
Según un hilo publicado en redes por la revista Fotogramas, el salón que antes parecía el backstage de Santa Claus, con sillas tapizadas, molduras, un árbol que amenazaba con ocupar media habitación, hoy es un espacio diáfano donde domina el blanco puro.
No hay rastro del papel pintado floral ni del mobiliario robusto. Todo se ha reducido a líneas rectas y tonos neutros, como si la casa hubiera decidido rehacer su vida en una revista de arquitectura escandinava.
La cocina, antes un festival de madera, colores cálidos y ese desorden doméstico tan reconocible, ahora parece una clínica dental premium. Metal, mármol claro y superficies donde ni un solo imán de nevera se atrevería a existir. Kevin podría volver a entrar corriendo gritando “¡Estoy solo en casa!”, pero el eco sería lo único que le respondería.
Una reforma con memoria selectiva
La reforma ha borrado casi todos los elementos que la convirtieron en un emblema del cine familiar: la peligrosa escalera donde Kevin planeaba su estrategia contra los ladrones, el comedor plagado de rojos intensos o la buhardilla donde confinaban al primo Fuller. El espíritu navideño se ha diluido en un interiorismo de catálogo que parece diseñado para no molestar a nadie.
Su exterior, eso sí, se mantiene prácticamente intacto. El ladrillo rojo y el jardín frontal continúan siendo reconocibles, lo que ha permitido que la casa siga atrayendo visitantes curiosos. Pero todo lo que hay detrás de la puerta principal está lejos de la estética que construyó su leyenda.
¿Evolución o crimen?
Las opiniones están divididas. Hay quien agradece que la casa haya sido adaptada a los gustos actuales, con más luz, espacios abiertos y un aire sofisticado que responde al diseño contemporáneo. Pero para muchos otros, transformar un icono cultural en una vivienda neutra es una pérdida difícil de justificar. Esta casa que formó parte de un ritual navideño internacional merece, quizá, otro tipo de respeto.
Lo cierto es que la versión original condensaba un modo de entender el hogar: lleno de vida, saturado de estímulos, imperfecto pero entrañable. Su metamorfosis en un templo minimalista deja claro que el tiempo pasa, pero también borra.
Lo que Kevin no reconocería
Kevin McCallister, si existiera, probablemente pensaría que entró en la casa equivocada. No encontraría sus pasillos, ni los recovecos donde escondía trampas, ni el calor de un diseño pensado desde la acumulación doméstica. Lo que queda ahora es un escenario elegante, sí, pero intercambiable.
Quizá el debate radica en que si debe una casa icónica conservar su personalidad aunque cambien sus propietarios o estos tienen derecho a hacerla reinventarse por completo. La respuesta, como siempre, depende de la mirada.
Foto | @fotogramas_es/Instagram
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