Hace tiempo lanzamos una encuesta en Decoesfera en la que os preguntábamos por la importancia que dabais a la decoración a la hora de escoger un alojamiento de vacaciones. Los resultados fueron aplastantes, ya que un cincuenta por ciento de los participantes declaraban que era un factor importante para ellos estar rodeados de un entorno armónico y cuidado en tiempo de descanso.
Confieso que para mí es muy importante, y que a la hora de inclinarme por uno u otro destino, la decoración del lugar se convierte en decisiva, junto al desayuno, del que también busco referencias. Hace un par de semanas he disfrutado de unos días de descanso absoluto, fuera de temporada y bajo un frío intenso, y para este retiro escogí La Posada de Doña Cayetana, en Piedrahita, Ávila. Siendo esta localidad la cuna de los Alba, no extraña la denominación de este pequeño hotel rural, ni que sus habitaciones ostenten nombres como Huescar, Alba, Lerín o Monterrey.
La posada está enclavada en la antigua casa de los Sánchez de Rivera, junto a la iglesia de Santa María la Mayor. La planta baja nos recibe en un vestíbulo de corte sobrio, decorado con grandes cuadros que reproducen imágenes de la XIII Duquesa de Alba. Ya en esta planta adivinamos calidez en una decoración llena de detalles, y una iluminación cuidada sobre un suelo de piedra natural. Junto a la entrada está el comedor, de paredes en color melocotón, en el que resaltan las sillas, tapizadas sobriamente en cuero marrón oscuro.
Al subir las escaleras (o tomar el ascensor), llegamos a la segunda planta, en la que hay una coqueta biblioteca, antesala de las habitaciones. Es un espacio pequeño pero muy bien aprovechado, en el cual las estanterías rebosan de volúmenes, y la luz entra por las ventanas del techo abuhardillado. Se ha intentado que cada uno tenga su acomodo, con profusión de divanes y butacas, que aunque están bastante juntas unas de otras, se disponen de manera que invitan al descanso.
Las habitaciones, según pudimos ver en su página web al hacer la reserva, son todas muy diferentes. La que ocupamos nosotros, de nombre Huescar, era prácticamente un pequeño apartamento, ya que se había aprovechado la inclinación del techo para crear un altillo en el que acomodar dos camas auxiliares, que obviamente no utilizamos.
Bajo esta zona se encontraba el baño, distribuido en tres partes separadas por puertas y mamparas de cristal. Por un lado, el bidé y el inodoro se aislaban por completo tras una puerta transparente, pudiendo acceder a esta zona a través del lavabo, el cual se podía distinguir desde la cama. A su lado, una pequeña bañera con hidromasaje, aislada visualmente con un cristal en el que la figura de Doña Cayetana se dibujaba sobre un fondo opaco.
La cama estaba sobre una tarima de madera que hacía las veces de mesilla en uno de los costados. Una cama demasiado pequeña para una pareja, y algo dura, ya que el colchón no era de por sí mullido, y a estar apoyado sobre una superficie rígida resultaba bastante incómodo.
Sobre la cama, dos ventanas sobre el techo inclinado dejaban ver los nidos de las cigüeñas de la iglesia vecina, permitiendo a su vez entrar gran cantidad de luz. Delante de la cama, dos butacas y un puf componían una pequeña zona de descanso, en una habitación muy bien distribuida y aprovechada. A un lado, una mínima escalera daba servicio al altillo, una zona exclusiva para dormir, ya para una persona adulta era imposible permanecer de pie.
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