Cuatro muebles imprescindibles para un verano perfecto

Cuatro muebles imprescindibles para un verano perfecto
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Hay que ver cómo se ponen los escaparates de las tiendas de muebles cuando llega el verano. A falta de modelos en tanga, como sus primas hermanas las tiendas de moda, exhiben atractivos y coloristas modelos pensados para el periodo estival, es decir, lo que de toda la vida hemos llamado verano.

Estos muebles viven una efímera época de esplendor en la que todo parece mucho más bonito, pero pronto experimentan una decadencia atroz, ya que no todo el mundo tiene un trastero como el Palacio de Liria, ni el mimo necesario para darles un mantenimiento en toda regla.

La culpa de todo la tienen los escaparatistas, y estilistas, que promueven la compra masiva con perfectos ambientes que luego cuesta emular en el sobrepatio que tenemos en la casa del pueblo. Sobrepatio porque se sitúa encima de una tienda de comestibles, que podemos ver (y oír) a través de una preciosa claraboya situada en el centro de nuestro oasis de felicidad.

El sofá de ratán

El sofá de ratán

Qué tiempos aquellos en los que el ratán no había entrado en nuestras vidas y nos sentíamos superhawaianos sentados en una mecedora de mimbre. Pero un buen día llegó el ratán, que rima con Satán, y nos vimos obligados a ser los más modernos de la urbanización instalando en la parcelita un enorme sofá. Y cuando digo parcelita podría decir en la superficie de cinco por cinco que hace las veces de jardín en el adosado, allá donde irían mejor una mesa y dos sillas para cenar al fresco.

El caso es que ya tenemos el sofá dominando el lugar y ya han pasado todos los vecinos a verlo y a sentarse en él. -Mira, mira, siéntate, ya verás lo cómodo que es. Y así hasta terminar de picar todos los telefonillos. Y los vecinos una vez sentados con cara de circunstancias preguntándose ¿por qué a mí?

Una vez pasado el verano llega el momento de poner a salvo nuestra adquisición y arrepentirnos por no haber comprado algo plegable. Funda al canto y a esperar al verano siguiente, momento en el que nos preguntamos, cepillo en mano, quién trenzó aquello y en qué estaríamos pensando cuando lo compramos.

La silla de plástico promocional

la silla de promoción

Un clásico de la decoración veraniega subvencionada. Las hay de todos los colores según sean de refresco de cola, de naranja o de cerveza. Son lo más sincero que se ha visto en jardín ninguno, ya que dicen mucho de sus propietarios, a saber:

  • A: no tienen un chavo
  • B: son gente austera y ahorradora
  • C: tienen un amigo representante de ginebra Lirios
  • D: un día, sin saber cómo ni porqué, se encontraron con cuatro sillas en el maletero del coche (con nocturnidad y alevosía)

Son muy prácticas, apilables, y lavables, pero nada cómodas; se conocen casos de personas que en el transcurso de una barbacoa piscinera han perdido parte de la piel de las posaderas al intentar levantarse tras permanecer dos horas sentadas. A veces acaban tiradas en un descampado a kilómetros de un punto limpio. No nos explicamos por qué.

El balancín

El balancín

Está emparentado con el sofá de ratán, un parentesco lejano que confiere a ambos la cualidad de mamotreto estacional. Pero sabemos de buena fuente que nunca se han llevado bien y que de hecho, cuando coinciden en alguna feria del mueble ni se hablan.

El balancín es un sueño infantil que queda genial en las películas románticas como escenario de confidencias femeninas, roneos adolescentes, y temblorosas declaraciones de amor, pero en la práctica deja mucho que desear. Que tire el primer cojín quien no conozca a alguien al que al intentar balancearse (función suprema del aparato) no se le haya caído el invento al suelo con pasajeros incluidos. La combinación de sofá, columpio, y sombrilla, hará que algún día entre en los anales del diseño por su versatilidad.

La hamaca

La hamaca

Asociada inevitablemente a la siesta perezosa, la hamaca forma parte del equipaje de innumerables parejas que vuelven de una luna de miel tropical, y una vez en su piso de Moratalaz, caen en la cuenta de que en ninguno de los sesenta metros cuadrados hay un árbol (no digamos ya dos) que echarse a la boca. Ante ese descubrimiento, una vez asentado el amor, queda el recurso de colocar unas hembrillas en las paredes, pero ante la proliferación del Pladur en nuestros hogares, la gente sensata desiste de semejante proyecto.

Así las cosas, no hay trastero que se precie que no tenga una hamaca enterrada bajo las maletas, esperando que algún día, si las cosas van bien, luzca orgullosa en nuestra segunda residencia. En las Bahamas a poder ser.

Imágenes vía | Pian en Flickr, Miguel Frutos en Flickr, Burgermac en Flickr, Radio Saigon en Flickr, Jesús Abizanda en Flickr En Decoesfera | Cinco grandes éxitos decorativos que cayeron en el olvido

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